jueves, 30 de agosto de 2007

Japi berdei

No soy yo mucho de airear mi vida privada por la red, pero bueno, digo yo que un día es un día. Y un año es un año.



Feliz cumpleaños, fea.

sábado, 25 de agosto de 2007

Pequeña hoguera. Parte III

Al volver la esquina una brisa de murmullos me llega desde un corrillo de gente, unos metros más adelante. Alrededor de lo que supongo será el cuerpo de Pablo hay unas quince personas que, atraídas por el morbo, se han acercado tanto como el horror les permite. Todo el mundo quiere ver y oler la sangre, pero a nadie le gusta, claro está, que le salpique.

“Disculpen, soy periodista”, mascullo mostrando bruscamente la tarjeta del videoclub “¿Me permite…? Gracias”. Antes de comenzar a disparar, me tomo un momento para contemplar la escena; quiero ser frío, analítico, objetivo. No puedo. Sólo lo consigo detrás de la cámara, mirando la pantallita. Pero esta vez no puedo.
En la acera hay un hombre muerto, con el cuello quebrado y la cabeza, calva, descansando en un discreto charquito de sangre. Está cubierto de cuerdecillas blancas e impolutas sábanas color azul cielo, y, aunque he visto pocos cadáveres, éste es el primero en mi vida que huele a suavizante. Levanto la vista hacia la fachada, y compruebo que, aunque no todos los balcones tenían tendedero, está claro que el del quinto sí, hasta que Pablo lo arrancó en su caída. Imagino que rebotó en el del cuarto, que parece intacto, y volvió a caer hasta que se partió la nuca contra el pavimento. Sí, eso debe haber sido. Comienzo a hacer fotos.

Antes de los veinte disparos la cámara avisa, bip, de que no queda espacio en la tarjeta. La cambio por una vacía que tengo en la funda, y sigo haciendo fotos del cuerpo, de la fachada, primeros planos de las manos crispadas, de los ojos azules, desorbitados… La muerte no tiene nada de hermoso. Ni este trabajo tampoco.


Debo de haber hecho unas cuarenta fotos cuando llega el primer coche patrulla, sin que yo me de cuenta. La gente abre paso a los representantes de la ley, mientras yo les doy la espalda como el gilipollas abstraído que soy. Me hacen volverme, y comienzan a interrogarme. Me piden mi licencia de periodista, y les digo que soy un aficionado. Se mosquean y me exigen el carrete, cosa que me hacer sonreír por primera vez en toda la mañana. Los introduzco rápidamente en la era digital, y luego les entrego la tarjeta. No obstante mi ejemplar conducta, me piden con un educado empujón que les acompañe a comisaría. Para hacerme unas preguntas. Decididamente, hay días en los que es mejor no levantarse. Y empiezo a pensar que es mejor no coger nunca el teléfono. Incluso si conoces el número.
Dios, pienso ya en el coche patrulla, voy a morir sólo.

Continuará. Me atraparé unos días a estudiar, y continuará.

miércoles, 22 de agosto de 2007

¡Reguetón! O como se escriba.

Vale, yo no habré hecho nada de provecho durante el verano. Pero es que, para hacer ciertas cosas, es mejor quedarse en el sofá. ¿O no?



Lo que más me mosquea son las literas. ¿Serán hermanos? ¿Medio-hermanos? ¿O tan sólo primos?

En fin. Hay tántos mundos, dentro de este mundo...

domingo, 19 de agosto de 2007

Pequeña Hoguera. Parte II

¿Qué es lo primero que haces cuando te despierta la llamada de un tío que te anuncia su inminente suicidio, y al parecer lo realiza? Como todo, depende de quién seas, de cómo seas, de cuándo te llamen. Yo, lo primero que he hecho, es ir a mear. Al volver del baño miro la hora: las 08:56. Mucho más pronto de lo que creía, a pesar de mi mal humor, así que pienso que me sobra tiempo para aclararme las ideas, o para intentarlo al menos.

Parece claro que Pablo (lamento poder recordar el nombre) se ha tirado por el balcón. Seguramente se ha matado, a pesar de mis dudas al respecto de si la altura era o no suficiente para garantizar el éxito del asunto. Como al parecer yo soy el único que tiene noticia del suceso completo, me parece lógico tratar de encontrar a Pablo, y dar por finalizada ésta jodida forma de comenzar un domingo, o de terminar la semana, según se mire.

Miro su teléfono en la pantalla del mío, y Google (bendito sea) hace el resto. Es (o era) carpintero de profesión. Tecleo su dirección en un callejero online, y me doy cuenta de que la calle está a dos manzanas escasas de la mía. Que yo sepa, no hay ninguna comisaría cerca, y la poca gente que pasea los domingos por la mañana no suele llevar en el bolsillo una tarjeta con los teléfonos de EFE o de WorldPress. De modo que es muy posible que yo llegue antes que la policía y antes que los periodistas. Quizá antes que nadie.

No soy una buena persona, de verdad que no lo soy. De acuerdo, soy honesto, digno, orgulloso y sincero. Pero en mi opinión en una sociedad como ésta, esas llamadas “virtudes” son, en realidad, defectos. No os ayudarán a medrar, ni a defenderos, ni a atacar a nadie. Quizá alguien las mencione en vuestra esquela, si es que alguien lamenta vuestra muerte, pero nada más. Y en cualquier caso, además de ésas cosas, soy cínico, sarcástico, ateo y engreído. No creo que exista un lugar apropiado para mí, y si existe da igual, porque no pienso ponerme a buscarlo. También soy demasiado vago. Así que en una situación como ésta, no es nada acorde con mi personalidad (ni con mi estómago) que me implique en el asunto más de lo que ya me han obligado las circunstancias. Si por mí fuera, me quedaría en casa y esperaría a oír el desenlace en la radio, o leerlo en el periódico de algún bar el día siguiente, ya que no tengo tele. Como os decía, no soy una buena persona.
Soy fotógrafo. Sin titulación ninguna, ni estudios serios, ni nada. Pero en la redacción de cada uno de los periódicos del país, hay alguien que me conoce, y sabe que si le llamo para ofrecerle algo le conviene aceptarlo, porque es posible que las siguientes fotos que le envíen sean mucho peores (dije que era engreído, ¿no?). Y además, todas ésas personas en todas ésas redacciones saben dos cosas acerca de mí que les infunden confianza: una, que tengo alma de artista, y dos, que soy un desastre regateando.

Así que me visto (mal), me calzo, cojo la cámara y cierro la casa de un portazo. Vuelvo a por las gafas, me las pongo y salgo corriendo en dirección al “lugar de los hechos”. Antes de doblar la esquina de su calle, me detengo en seco, impactado por una ruda y surrealista imagen: sobre el asfalto están esparcidas las oscuras tripas y la carcasa roja de un teléfono inalámbrico. Hago mis primeras fotos antes de doblar la esquina.

Continuará.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Pequeña hoguera. Parte I

Riiiing, riiiing!
Riiiing, riiiing!
-Hmf.
Riiiing, riiiing!
-Mierda de despertador…- Aprieto el botoncito para pararlo y me doy la vuelta.
Riiiing, riiiing!
-Hostia puta.
Le arreo una ídem al aparato, que cruje y se cae de la mesilla.
Riiiing, riiiing!
¿Por qué sigue sonando? ¿Por qué?
Riiiing, riiiing!
Ah, que es el teléfono. Pues peor me lo ponen.
-¡Qué, joder! –gruño.
-Hola…


-Quién eres.
-Pablo –Puede ser, ya que es una voz de hombre. Aunque poco viril.
-¿Y te conozco?
-Ahora sí… jijiji –Suelta una risilla nerviosa, aunque su voz suena a llanto más que a otra cosa. Cuando no habla, se sorbe los mocos con fuerza y resignación.
-Oye… -recomienza -. Me voy a suicidar.
-Dios mío.
-No es broma. No te rías.
-Si no me río. Soy católico.
-Ayúdame… -solloza.
-…
-¡Por favor!
-Mira, no sé que puedo hacer por ti… Cálmate un poco. -¿Porqué no le cuelgo?, me cuestiono interiormente, quitándome legañas con el dedo.
-No quiero calmarme. ¡Me voy a suicidar!
-…
-¿Me oyes? Voy a matarme.
-Pero por qué, hombre.
-Mi vida es una mierda…-solloza -. Sí, una mierda…
-La mía también, y no voy a hacer eso.
-¿Y qué… qué vas a hacer?
-Beber. Como anoche. Por eso estoy de resaca. Por eso el teléfono, así a éstas…
-¡Voy a suicidarme! –me interrumpe chillando -. ¿No lo has entendido?
-Mira, escucha…
-¡No! No escucho. Voy a matarme. Voy a saltar por el balcón. Voy a hacerlo, ahora mismo.
-No, no lo harás –Debo ser una especie de superhéroe, un alma caritativa. Eso debe ser –Mira, dime dónde estás y…
-En el balcón. ¡Estoy en el balcón! ¡Escucha!
Supongo que ha sacado el inalámbrico por la ventana, porque se oye, lejano y mecánico, el croar de una ciudad en domingo, en Agosto, en el siglo XXI. Un croar de rana enferma.
-¿Lo oyes?
-Sí –me resigno -, sí, lo oigo. Pero no saltes.
-¡Voy a saltar!
-¡Espera, joder! ¿En qué piso vives?
-¡En un noveno!
-¡Puede salir mal! Puede que no mueras.
Qué gran argumento el mío. Me pregunto porque no he enviado ya una solicitud al Club de debate.
-¡Voy a saltar!
-No saltes, hombre, que te quedarás peor, en una silla de ruedas…
-¡Va a funcionar! Voy a saltar.
-¡Te saldrá mal!
-¡Ahora verás como no! ¡Já!
Oigo pasos precipitados, y un tintineo metálico, quizá el teléfono chocando contra algo. Luego un jadeo, y un grito desgarrado que se prolonga durante un latido, hasta que se corta la comunicación.


Continuará.

sábado, 11 de agosto de 2007

Los peces payaso. ¡Hu ha!

Los peces payaso, que son muy monos con sus franjas de color naranja y blanco, se pasean casi siempre entre los tentáculos de las anémonas, en aguas cálidas y poco profundas. Cualquier bicho marino de su tamaño o incluso algo mayor saldría escaldado, como poco, al mantener contacto con las anémonas durante un par de segundos. Los bichos no marinos, como las gaviotas o los humanos menores de edad, también salimos escaldados de dicho contacto. Que lo sé yo.

El pez payaso, sin embargo, es inmune a los picotazos de éste cniadrio marino y sésil (así lo define Wikipedia, y su palabra es Ley), ya que lo cubre una mucosa mu rica que lo protege de las células urticantes o nematocistos (según Wikipedia, también) de la anémona, qué es lo que hace que cuando la toques pique.
El pez payaso está bastante sólo entre los tentáculos de la anémona, y nadie tiene ganas de acercársele, porque el pez payaso, aunque de lejos es mono, de cerca tiene una cara de plátano que no se la quitan ni en Cambio Radical. Y además está en medio de su anémona cabrona y misteriosa. Así que está bastante sólo. Sólo de vez en cuando, el pez payaso deja de mirar con desprecio a la sardinas (ésas imbéciles que caen a millones en las redes) y entabla conversación con otro pez payaso, del siguiente modo.

-Hola, pez.
-Hola tío.
-¿Qué tal, como vas?
-Aquí, flotando. ¿Y tú?
-Bien, bien.
-Pues nada... Qué limpia está el agua, ¿no?
-Ssssí...
-...
-Hola, tío.
-Hola pez.
-¿Cómo lo llevas?

Hasta que el pez payaso se cansa. Por que sólo tiene 3 segundos de memoria. Y aunque querría decir tantas, tantas cosas, y se siente tan, tan sólo, nunca se acuerda de lo que quiere decir, ni de cómo se siente. O, al menos, así es como yo imagino a los peces payaso. Y me pregunto, mirando el mar, e imaginando anémonas del tamaño de ciudades, con tentáculos del tamaño de personas; me pregunto:

¿Dónde éstán mis franjas naranjas y blancas? ¿Por qué tengo tan pocas mucosas? ¿Dónde está mi amigo, el otro pez payaso?