martes, 11 de diciembre de 2007

Rodolfo`s Christmas

Bueno, pues este será el primero de los relatos de Navidad. Ocupaciones varais y miserables me mantiene alejado de la red; espero que a aprtir del 20 o así pueda por fín volver aun nivel razonable de mi habitual miserable actividad.
En la próxima historia contaremos con la colaboración de una de las más insignes Bloggers del mundo de los Blogs: Tamaruca. Sea este pequeño relato navideño publicaod a su salud.


Caminaba por la acera, brillante de lluvia, con las manos en los bolsillos de la gabardina y la mirada fija en la chica rubia que iba delante de él. O bueno, para ser exactos, más bien en su culo, que se movía con ligereza, haciendo resbalar el reflejo de las luces navideñas por el cuero que lo envolvía. ¿Cuántos años tendría… quince, dieciséis? ¿Y cuantos tenía él? Cuarenta y dos. Pero bueno, mirarle el culo a una chica, no, bueno, en fin, a una niña, tampoco era un delito… Y un culo tan bonito… Si no llevara esa minifalda tan apretada, y esas medias de rejilla, o si tuviera tres o cuatro años más… Claro, que poco importaba en realidad. Una chica así no le sostendría una conversación más de medio minuto; ni siquiera lo hubiera hecho cuando él tenía quince años. Y porque fuese Navidad no iba a ocurrir un milagro; y mucho menos un milagro ilegal.

La chica se detuvo, y él, aunque sabía que no debía, hizo lo mismo. Ella se agachó, y se volvió de medio lado, para ajustarse la hebilla de una de las botas; se le abrió el abrigo, y reveló una blusa blanca, abotonada no muy encima del ombligo, que sugería gloriosas curvas de una rosada palidez adolescente… Hostias, pensó sin lograr apartar la vista, contrólate. ¡Es una niña! Antes de poder seguir autocensurándose, ella dejó la bota y se incorporó, mirándolo de reojo en un azulado destello de inocencia y candidez. Y echó a andar de nuevo.La siguió, claro. La hubiera seguido a cualquier lugar, aunque se apartara de su ruta habitual, de su ruta planeada. La hubiera seguido con tal de seguir mirándola, imaginando su olor, el tacto de sus muslos… La hubiera seguido para buscar el modo de cruzarse con ella y contemplar su cara, saber como era por todos los lados… Pero no hizo falta. Ella hizo un movimiento para echarse el pelo hacia atrás, y se le cayó la bufanda grana que llevaba sobre el hombro, sin rodearle el cuello.

Un milagro. Un milagro de Navidad. ¿Existía Dios?

-Disculpa…
Ella se volvió.
-¿Sí?
Tenía una voz… había algo en aquella voz, algo oculto, que la hacía parecer diseñada para gemir.
-Se te ha caído esto –sonrió como un idiota, como lo que se sentía.
-Ya lo sé. Lo he hecho a posta.
Sí, existía Dios.
-Eh… ¿Sí?
-Sí. No has dejado de mirarme desde que hemos salido del metro –no parecía enfadada.
-No, yo… eh… -estaba sudando, se estaba ruborizando, le ardían las orejas, como a un colegial. ¡Si la niña era ella!
-Tranquilo –sonrió ella, inocente, maravillosa -. No me molesta.
Dios era bueno; Dios era grande.
-Eh… ¿no?
-No. Me gusta… ¿Yo te gusto? –su voz había tomado ahora un leve matiz insinuante, sexual… -Por tu sonrisa, supongo que sí.
-Sí. Sí, claro…
-Me llamo Miriam –sonrió abiertamente, mostrando unos dientecillos blancos y suaves.
-Yo Rodolfo.
-Rodolfo –rió con franqueza, echando la cabeza hacia atrás, haciendo resaltar aquellos pechos, aquella incipiente talla 85… -¿Te gustaría llevarme a tu casa, Rodolfo?
Dios era noble y generoso.
-Sí, ehm, claro, yo… Mira, cosas como ésta no tienen precio…
-…
-¿Qué pasa?
-¿Tienes sesenta euros?
Por Dios. ¿Qué acababa de ocurrir?
La estúpida sonrisa que había aflorado en su rostro se borró. Metió la mano en la gabardina, sacó la cartera y rebuscó en ella, frenéticamente inútil.
-Tengo quince… eh…
-…
Ni siquiera le miró al darse la vuelta y echar a andar en dirección contraria. Ni siquiera dejó en el aire una brizna de su perfume.

Ni siquiera movía igual el culo.