domingo, 2 de septiembre de 2007

Pequeña hoguera. Parte IV y última.

En la comisaría no mejora la opinión de los agentes sobre mí cuando se percatan de que ya estoy fichado, y de que he pagado multas y pasado alguna noche en el calabozo por incidentes relacionados con la fotografía, incluidas ciertas instantáneas de menores en ropa interior, sin autorización de los padres (ni de la menor: las hice a través de un tragaluz. Y no sabía que era menor. ¡Palabra!). Me meten en cuartucho con bancos metálicos, llenos de gentuza mucho peor que yo, cosa que tampoco es tan difícil, coño. Apestan tanto que me resulta grato recordar a Pablo y su aroma de ropa recién lavada.

Aquí, en la comisaría, debo esperar para todo. Espero para que me tomen declaración, y mientras espero a que me llamen para un interrogatorio más extenso, espero para poder entrar en el baño. Al fin me llaman y me meten en una salita fea, en la cual estamos una mesa de plástico, un policía, una taza de café y, al otro lado de la mesa, yo. Al sentarme comienzo a explicarle al agente que tengo que hacer una sesión fotográfica a las doce en punto (y es verdad), y sólo faltan diez minutos para esa hora. Me pregunta que si el modelo, en esta ocasión, está vivo y es mayor de edad. Obviando su peculiar sentido del humor, me resigno a perder otro trabajo.

Una hora después, convencido el policía de que no soy un delincuente, sino sólo un imbécil, salgo de la comisaría, y con el dinero destinado a la comida pago un taxi para que me lleve al laboratorio fotográfico de un amigo. Mi tripa me gruñe algo sobre el desayuno que tampoco he tomado, y discutimos durante todo el trayecto. El taxista me perdona los 75 céntimos que me faltan para pagar la carrera completa, y se lo agradezco mientras arranca empapándome de Co2 e ignorándome con auténtica diplomacia.

Le entrego la primera tarjeta de memoria a mi amigo, y le pido que para la noche me tenga reveladas las fotos del muerto. Mi amigo no hace preguntas, y además me permite hacerme un bocadillo de jamón. Tengo pocos amigos, pero todos son como éste, y eso es un alivio. Le doy las gracias y me voy, dejándolo ocupado con su ingente colección de pornografía. Ocupo la tarde en mi otro trabajo: camarero en la única cafetería que me aceptó a pesar de tener el pelo largo, y ser bastante feo. Cerramos hacia las dos de la mañana, y me dirijo de vuelta a casa de mi amigo.

No soy tan desconsiderado como parece; sé que a estas horas lo encontraré despierto, aunque también sé que no tendrá ganas de verme, ni de ver a nadie. Cuando cae la noche, mi amigo se deprime y se inyecta morfina, y ve películas en blanco y negro. Mi amigo quiere ser poeta, y odia su trabajo como revelador de fotografía. Por eso revela las mías con el dinero y el material de sus patrones.

Cómo imaginaba, no tiene ganas de verme, y por el balcón me arroja un sobre con las fotografías dentro. Emprendo el camino de vuelta a casa, y reflexiono. Dejando de lado que los periódicos ya deben estar todos servidos de sangrientas fotos para la edición de mañana… ¿Qué sé de Pablo? Su nombre. Y que es calvo, y carpintero. Ignoro si tiene familia, mujer, hijos. Ignoro si habrá alguien anegado en lágrimas ahora, preguntándose porqué. Alguien que recuerde que Pablo tenía los ojos azules. Pero, reflexiono, si lo hay, ¿querría ver mañana los desorbitados ojos azules de Pablo en primera plana? ¿Querría verlo amortajado en sábanas recién lavadas, con la calva descansando en un discreto charquito de sangre?

El barrio en el que vivimos Pablo y yo no tiene muy buena fama en la ciudad. En ciertos callejones hay vagabundos que viven en cajas de cartón, que se calientan por la noche quemando basura. Algunos de ésos vagabundos querían ser poetas, cómo mi amigo, y ahora sólo son cirróticos o seropositivos, pero se saben de memoria a Cortázar, a Benedetti o a Lord Byron. Entro en una de esas callejas y saludo con educación a uno de ellos, que con un gesto me invita a calentarme las manos en el mismo cubo de basura que él. Agradezco con la cabeza, y tras entibiarme los dedos un rato y comentar banalidades con el vagabundo, extraigo las fotos del sobre y las voy echando a las llamas, mientras él me contempla sin hacer preguntas. Si tuviera veinte años menos, podría haber sido mi amigo.

Le digo “buenas noches”, y comienzo a andar hacia casa, pensando que sería hermoso poder quemar todos los recuerdos desagradables en una pequeña hoguera, y simplemente seguir caminando en cualquier dirección, con las manos en los bolsillos del pantalón.

8 comentarios:

Pay29a dijo...

Nooo amigo, que buen final, (aplausos, aplausos), muy bueno, de verdad, yo creo que los recuerdos desagradables no los podriamos quemar tan solo en una pequeña hoguera, seria muy fácil, estos recuerdos estan ahi, latentes, forjando lo que somos y nunca nos abandonaran.- (mi humilde opinión)
Pero que pedazo de relato amigo, me encantó, infinitamente gracias por escribir asi.-
Es casi obvio que yo me identifico con uno de esos vagabundos que sueñan con ser poeta y conocen a Cortázar de memoria, un abrazo.-

Anónimo dijo...

Me encanta ese final...ojalá pudieramos hacer eso...yo quemaría algun que otro mal recuerdo, para así poder elegir la dirección en que caminar sin nada que me retenga...

Un beso, y felicitaciones zorra!;)

Ronroneo dijo...

mola :D

los recuerdos chungos (que yo también quemaría) son en el fondo los que hacen a uno crecer. En mi caso, cuando más he crecido ha sido cuando más palos me he llevado.
Sin embargo, siempre que pienso en estas cosas me acuerdo del señor que dijo lo siguiente:
Si yo viviera mi vida otra vez, cometería los mismos errores..., sólo que más deprisa.
Aun no he decidido si tiene razón o si fue un tipo que llevó una vida muy grata.

Saludines

Adán dijo...

Eso ayudaría a andar en otras direcciones sin arrastrar la carga de recuerdos como cadenas que son, ancladas a personas y proezas, unas malas y otras no; pero también ayudaría a nuestro amigo saber que si no fuera por esos recuerdos que quemaría no sería él quien decidiera dónde ir, no sabría que querría y, sin duda alguna, acabaría dando media vuelta para empezar y acabar como ahora mismo.

De hecho, suponiendo que estamos equivocados y sí, los recuerdos se "resetean" (tengo el botón al lado, y poco vocabulario), ¿Cómo sabemos que no hemos estado antes aquí? ¿Cómo sabemos que no estamos en el mismo sitio? Tal vez sí olvidamos y reescribimos, y elegimos el camino... trazando círculos.

Me has hecho disfrutar leyendo, con lo difícil que es eso. Te mando un pico (el segundo)

Riesgo dijo...

Pay, me haces sonrojar hasta los huesos. Gracias mil, y un abrazo. Y sí, desde luego, aunque no sea de memoria, es muy recomendable conocer a Cortázar.

Gracias, Jesandra. Haré lo posible para que sigas enganchada a esta caca de historias que maquino aquí en mi torre.

Estoy de acuerdo, Ronroneo: básicamente es el principio de "lo que no mata engorda". Si las pasas putas y superas esa situación, aprendes algo y tienes una pizca más de orgullo para gastar cuando haga falta.

Adán: Ñao! El Golfo de Cádiz en mi blog. Qué honor. Me pregunto si habrás lelgado a través de Google buscando SEXO o VIOLENCIA. Fuera coñas, como casi siempre estoy de acuerdo con tu profunda reflexión (aunque me recuerde a Matrix). Gracias mil por tu comentario, sigue leyéndome y tendrás tos los picos que quieras xD.

Saludos.

Victoria dijo...

Jo. Y yo que creía que empezaría una loca búsqueda de los familiares del difunto para realizar un repotaje completísimo, vender la exclusiva de su intercambio telefónico previo al salto suicida y que se retiraría con los ahorros a una casita en el campo o algo así.

Pero este final mola más XD

Riesgo dijo...

Mis personajes suelen ser más honrados de lo que aparentan.
Y sobre todo vagos xD.
¡Gracias!
Saludos.

Anónimo dijo...

I refuse.